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A los trece años, el héroe de Historia del llanto ha completado una formación progresista. Ha estado cerca de los que sufren y ha devorado toda la literatura militante que los años setenta obligan a leer en América Latina. Sin embargo, en septiembre de 1973, cuando asiste por televisión al putsch contra Salvador Allende y el Palacio de La Moneda arde en la pantalla, trata de llorar y se descubre seco. Es entonces cuando el protagonista sale en busca de los secretos de su defección y revisa una educación ideológico-sentimental en la que coexisten Superman, un repugnante cantautor de protesta, una novia chilena de derechas, una piscina con un pulpo en el fondo, un oligarca torturado y un vecino militar que acaso no sea lo que parece ser
Aparecen entrecruzadas dos historias que van alternándose. Por un lado la protagonizada por Isaac Ben Élizer, un cordobés que es enviado al encuentro de los jázaros, un pueblo convertido al judaísmo, con su propio estado y del que por tanto puede surgir el nuevo Mesías. Por otro lado, un escritor judía llamado Marc Sofer recibe la visita de un ruso que le pone sobre la pisat de los jázaros y de los vestigios que de ellos quedan tras las persecuciones estalinistas y el holocausto. Interesado por el tema, Sofer lee la única historia existente sobre los jázaros y localiza en Inglaterra tres cartas: la de un cordobés en la corte de Abderramán III a Joseph, la respuesta del kan y una segunda del cordobés.
Un cruce entre la narrativa más actual y la crónica relámpago. Una visión literaria, al vuelo, de la geografía entera de la lengua. Reflexionando sobre el escaso tiempo previsto para recorrer cada país con el Premio Alfaguara, el autor se pregunta si hoy nuestros viajes consisten sobre todo en no ver. «¿Estaré por experimentar una hipérbole del turismo contemporáneo?», escribe. Pero el ritmo radical de su periplo está a punto de brindarle una oportunidad única: comparar todas las capitales latinoamericanas en una misma ráfaga. Andrés Neuman nos propone un recorrido vertiginoso por 19 países, interpretados por un ojo poético y político. Los presuntos no-lugares (aeropuertos, hoteles, taxis) quedan así convertidos en poderosos espacios de conflicto.