Referencia:
París no se acaba nunca es una revisión irónica de los días de aprendizaje literario del narrador en el París de los años setenta. Fundiendo autobiografía, ficción y ensayo, cuenta la aventura de redactar su primer libro. Y nos desvela, por ejemplo, cómo le ayudaron a escribir esa novela los consejos que le dio, resumidos en una breve cuartilla, Marguerite Duras, su muy atípica casera. Es también la historia de cómo viajó a esa ciudad para imitar la vida bohemia de escritor principiante de Hemingway, quien contó, en París era una fiesta, que allí fue «muy pobre y muy feliz», y de cómo, por el contrario, el narrador fue muy pobre y muy infeliz. Aunque, eso sí, logró allí escribir su primera novela.
"Añoro la vida cuando era nuestra", comenta Lola. Esa vida, que era tan suya y tan llena de ilusión, antes estaba hecha de libros y de charlas de café, de siestas lánguidas y de proyectos para construir un país, España, que aprendía paso a paso las reglas de la democracia. Pero llegó un día de 1936 en que vivir se convirtió en puro resistir, y ahora, quince años después, de todo aquello solo queda una pequeña tienda, una librería de viejo medio escondida en uno de los viejos barrios de Madrid, donde Lola y Matías, su marido, acuden cada mañana para vender novelitas románticas, clásicos olvidados y lápices de colores a quien se acerque. Es aquí, en ese lugar modesto, donde una tarde de 1951 Lola conocerá a Alice, una mujer que ha encontrado en los libros su razón de vivir.