Referencia:
Al acercarnos a El jilguero, vamos enfocando una habitación de hotel en Amsterdam. Theo Decker lleva más de una semana encerrado entre esas cuatro paredes, fumando sin parar, bebiendo vodka y masticando miedo. Es un hombre joven, pero su historia es larga y ni él sabe bien por qué ha llegado hasta aquí.
¿Cómo empezó todo? Con una explosión en el Metropolitan Museum hace unos diez años y la imagen de un jilguero de plumas doradas, un cuadro espléndido del siglo XVIII que desapareció entre el polvo y los cascotes. Quien se lo llevó es el mismo Theo, un chiquillo entonces, que de pronto se quedó huérfano de madre y se dedicó a desgastar su vida: las drogas lo arañaron, la indiferencia del padre lo cegó y su amistad con el joven Boris lo llevó a la delincuencia sin más trámites
Aparecen entrecruzadas dos historias que van alternándose. Por un lado la protagonizada por Isaac Ben Élizer, un cordobés que es enviado al encuentro de los jázaros, un pueblo convertido al judaísmo, con su propio estado y del que por tanto puede surgir el nuevo Mesías. Por otro lado, un escritor judía llamado Marc Sofer recibe la visita de un ruso que le pone sobre la pisat de los jázaros y de los vestigios que de ellos quedan tras las persecuciones estalinistas y el holocausto. Interesado por el tema, Sofer lee la única historia existente sobre los jázaros y localiza en Inglaterra tres cartas: la de un cordobés en la corte de Abderramán III a Joseph, la respuesta del kan y una segunda del cordobés.