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A los trece años, el héroe de Historia del llanto ha completado una formación progresista. Ha estado cerca de los que sufren y ha devorado toda la literatura militante que los años setenta obligan a leer en América Latina. Sin embargo, en septiembre de 1973, cuando asiste por televisión al putsch contra Salvador Allende y el Palacio de La Moneda arde en la pantalla, trata de llorar y se descubre seco. Es entonces cuando el protagonista sale en busca de los secretos de su defección y revisa una educación ideológico-sentimental en la que coexisten Superman, un repugnante cantautor de protesta, una novia chilena de derechas, una piscina con un pulpo en el fondo, un oligarca torturado y un vecino militar que acaso no sea lo que parece ser
París no se acaba nunca es una revisión irónica de los días de aprendizaje literario del narrador en el París de los años setenta. Fundiendo autobiografía, ficción y ensayo, cuenta la aventura de redactar su primer libro. Y nos desvela, por ejemplo, cómo le ayudaron a escribir esa novela los consejos que le dio, resumidos en una breve cuartilla, Marguerite Duras, su muy atípica casera. Es también la historia de cómo viajó a esa ciudad para imitar la vida bohemia de escritor principiante de Hemingway, quien contó, en París era una fiesta, que allí fue «muy pobre y muy feliz», y de cómo, por el contrario, el narrador fue muy pobre y muy infeliz. Aunque, eso sí, logró allí escribir su primera novela.