Con el rigor de un diccionario y el hechizo de una novela apasionante, este libro constituye una de las más importantes aportaciones al patrimonio cultural gallego de los últimos años. En las 710 entradas de las que consta el Diccionario de los Seres Míticos Gallegos puede el lector encontrarse con gente pequeña, gigantes, ojancos, enanos, xacias, sirenas, xerpas, rabenos, encantos, lumias, lavanderas; entrar en los pazos de los moros y conversar con la Mourindade; robar el peine de la mora; recoger carbones que se conviertan en un tesoro; sufrir con paciencia a trasgos, diablos y tardos; dormir con Pedro Chosco, tener miedo de la Estadea; huír con Blancaflor o oír los cuentos de María Castaña. El lector podrá visitar las tumbas de Orcavella y la Reina Lupa
Cuando la vieja imprenta local en la que Felipe Díaz Carrión llevaba media vida quebró, él se quedó sin trabajo y sin posibilidades de conseguirlo. Era la época en que se emigraba a las industriosas poblaciones del norte. Su hijo tenía nueve años, y no había día en que Asun, su mujer, no le pidiera a Felipe que se marcharan. Así que cerraron la casa y se fueron al norte. Felipe trabajó pri-mero en la construcción, y después en una fábrica de productos químicos. Tuvieron otro hijo, se compraron otra casa, y pasó el tiempo, y la vida los cambió. Porque algunos de los miembros de la familia -el hijo mayor y Asun, que quizá no soportaban ser para siempre los otros, los charnegos- no pudieron sino sucumbir a las obsesiones de identidad y afirmación
Al acercarnos a El jilguero, vamos enfocando una habitación de hotel en Amsterdam. Theo Decker lleva más de una semana encerrado entre esas cuatro paredes, fumando sin parar, bebiendo vodka y masticando miedo. Es un hombre joven, pero su historia es larga y ni él sabe bien por qué ha llegado hasta aquí. ¿Cómo empezó todo? Con una explosión en el Metropolitan Museum hace unos diez años y la imagen de un jilguero de plumas doradas, un cuadro espléndido del siglo XVIII que desapareció entre el polvo y los cascotes. Quien se lo llevó es el mismo Theo, un chiquillo entonces, que de pronto se quedó huérfano de madre y se dedicó a desgastar su vida: las drogas lo arañaron, la indiferencia del padre lo cegó y su amistad con el joven Boris lo llevó a la delincuencia sin más trámites